Apuntes sobre la Realidad Natural Sonora (José Díaz)

José Díaz, 22 de Abril de 2020.

Bastantes años lleva desarrollándose la investigación que aquí se propone a los amigos y compañeros de la Fundación Alquimia. Es una averiguación de los mensajes que la naturaleza no tocada por la mano del hombre ha portado a lo largo del tiempo prehumano y humano; esos contenidos unas veces nos llegaron a los humanos a modo de “impacto”, otras han sido extraídos por una indagación hecha por nuestra mente. Su extracción, sin manipularla, sirve para sacar en claro lo que podríamos llamar “sus palabras”. Personalmente, desde niño esta temática siempre me atrajo de modo irresistible, y quisiera transmitirla a otros que pueden verse interesados en lo que encierra. Con ese deseo de ofrecimiento, así queda lo que sigue.

El acercamiento y experimentación que el hombre tiene con lo natural ha tenido lugar desde los albores de la Humanidad, y no lo hemos dado por concluido hasta el momento. La captación de la naturaleza se realiza gracias a nuestra sensorialidad, que aquí se expresa en los términos clásicos de vista, oído, gusto, olfato y tacto. A continuación se exponen reflexiones dentro del campo auditivo, dejando aparte, para no enredar la exposición, los otros planos de la vista, el gusto, el olfato y el tacto. Para precisar más en detalle las reflexiones de lo que apreciamos de la naturaleza por medio de nuestro oído, comenzaremos por ponerle un cartel a esta tarea, hablando de realidades naturales sonoras. Al acercar nuestra atención a los sonidos naturales, vemos que entran por tanto en esta denominación los ruidos naturales, entendidos como aglomeración de sonidos no establecida ni regulada por el ser humano.

Evidentemente, el sonido era algo ya existente en el marco natural mucho antes de que el hombre pisara desnudo nuestro suelo. Cuando tuvo conciencia de sí mismo reaccionó a su influjo intentando formular respuestas a la variedad sonora que fue percibiendo. Los humanos se fijaron en los fenómenos y componentes naturales que producían sonido, entre los que estaban los animales y su mismo cuerpo, y al observar los que no tenían esta característica, también se impulsaron a plantearse porqué unos la tenían y otros no.

En cantidad, los sonidos naturales son incontables. Del modo en que los percibimos, podemos clasificarlos en un orden que va desde los más roncos y profundos hasta los más agudos casi inaudibles. Sus duraciones van desde las muy largas hasta las breves casi imperceptibles. Su fuerza puede ir desde lesionar o lastimar nuestro oído a casi no notarse. Pueden estar asociados a movimientos o llegarnos sin que sepamos su fuente. Si probamos a presentarlos en un cuadro, dividiéndolos en el ámbito natural de donde provengan expresado en modo vertical (o sea, el celeste o superior, el terrestre superficial, el acuático superficial, acuático profundo y terrestre profundo), obtenemos una sencilla base para distribuirlos en una forma que solamente pretende dar mayor claridad: provenientes de encima de nosotros (ámbito celeste), producidos a nuestro nivel (ámbito medio superficial terrestre, acuático o subacuático), y los dados por debajo del suelo (ámbito profundo o inferior).

El hombre de aquellos albores aprendió con atención a conocer, en la medida en que le fue posible, lo que en cada caso originaba el sonido. Aquí se apunta un resumen (indicativo, no exhaustivo) de estas causas sonoras:

Los sonidos graves (roncos, profundos) provenientes del ámbito en altura superior al hombre son el del trueno y el viento (tornados, huracanes). En el ámbito medio de la superficie terrestre, los producidos por deslizamientos o corrimientos de terrenos y rocas, grandes masas y caídas de aguas (aguaceros, inundaciones, desbordamientos, cataratas, cascadas de gran caudal, oleajes), rotura de bloques helados, aludes, grandes fuegos, rugidos animales, crujidos de troncos, etc. En el ámbito subterráneo, los de corrimientos tectónicos, terremotos, volcanes, etc.

Los sonidos medios (son los ni muy agudos ni muy roncos) se producen sobre todo en el ámbito terrestre superficial, provenientes del viento que no sopla con fuerza, fuegos en la masa vegetal arbustiva, fricción o movimiento de ramas, lluvia no torrencial, nevadas, pisadas y movimientos de animales o humanos, aves, brotes de agua en menor cantidad (manantial, fuente, cascadas), etc.

Los sonidos agudos son producidos por bastantes de los componentes mencionados en los sonidos medios, por los propios del ámbito subterráneo en algunos momentos de sus procesos, y además por las gotas de lluvia, la brisa, el roce de ramas, movimientos de las plantas que encierran granos de semillas, aves, los granos de arena, etc.

El ser humano es productor de sonido natural en su voz, que abarca los sonidos graves, los medios y los agudos. Sus extremidades, al golpear o rozar, puedan sonidos medios o hasta agudos (chasquidos con los dedos). Los animales tienen su gama sonora más variada en el grupo de las aves. Es el que más variedad de agudos tiene, y el que recorre el ámbito de altura superior al hombre.

Impacto de los sonidos naturales en el ser humano

El planteamiento que la naturaleza ha ido realizando en la distribución de sus sonidos ha impactado en el hombre en dos aspectos: El primero consiste en la audición de algo que los primeros humanos no identificaron más que en su procedencia: el graznido de un cuervo les sonó como algo propio de ese animal, pero sin saber qué era exactamente tal sonido. Igual puede decirse de lo que le ocurrió al escuchar sonidos tanto animales como vegetales o de la naturaleza no viva. Su ignorancia sobre las realidades de la naturaleza estuvo estructurada en varios grados:

El más elemental podría llamarse el problema, o sea, una situación en la que percibimos una dificultad para lo que se quiere realizar en parte. Supongamos que se quería trasladar una gran roca, un problema. La fase terminal de este proceso es la solución. Con unos palos, el problema se había arreglado. Empujaron, y pudieron mover la roca. Sabían lo que querían hacer al ponerla en otro lugar, pero la parte que ignoraban, correspondiente al cómo hacerlo, fue el problema que resolvieron, obteniendo así la realización buscada por completo.

El segundo grado de ignorancia ha sido lo que podemos llamar el enigma, que afectaba más al conocimiento que a la acción (a diferencia de lo que ocurría con los problemas, que se daban más en el campo práctico). Este grado consistía en la falta de conocimiento de facetas de la realidad que formaba su entorno, pero que le suscitaban, cuando pensaba en su causa, una curiosidad que le impulsaba a buscar medios y modos que le llevasen a conocer lo que originaba el fenómeno o el efecto que despertaba su interés. Supongamos que escuchaban repetirse un sonido emitido con la boca ante un valle o barranco sin que llegaran a pronunciar esa repetición (lo que hoy llamamos eco).

La explicación no fue encontrada en aquellos tiempos prehistóricos, tardó siglos en llegar. O sea, el interrogante fue conservado en la cultura del grupo, junto con otros muchos para los que no había respuesta. Ante esto, la percepción fue que había que respetar lo que producía el enigma sin pretender eliminarlo, porque era una muestra de poder oculto que se sustraía a cualquier intento de aclaración, o sea, que cuando lo que resiste a una averiguación es porque “no quiere” darse a conocer, eso provocaba el respeto del grupo humano. El enigma formó y forma parte del patrimonio cultural y esta fue la respuesta o reacción ante su presencia en la vida cotidiana.

El tercer grado de ignorancia se produjo colectivamente cuando unos pocos componentes de un grupo humano fueron conociendo explicaciones de diversos enigmas y de otros eventos naturales y/o mentales, pero decidieron, por diversas razones (conservar poder, preservar de posibles abusos, evitar posibles males) ocultarlas al resto de los componentes de la sociedad de la que formaban o forman parte. Es lo que entendemos como secreto.

El cuarto grado ha sido lo que, usando un vocablo empleado por el historiador rumano de las religiones Mircea Eliade, se ha conocido como hierofanía. Es una unión de dos palabras griegas (“hieros” y “fanos”) de las que la primera designa lo que está oculto y la segunda el velo que se descorre cuando se da a conocer sin que nadie efectúe nada para arrancar ese velo. Se produce porque lo que está escondido es lo que decide manifestarse. El velo no es quitado por nadie. En la naturaleza, la hierofanía se ha producido de diversas maneras, y sus clases y divisiones son variadas (como ejemplos, pongamos la hidrofanía –manifestación de lo oculto por medios de las aguas –, la dendrofanía – cuando ocurre por medio de los árboles –, la cratofanía – cuando va acompañada de manifestación de fuerza, como en el rayo o en la erupción volcánica –, etc); de toda esta variedad de manifestaciones, aquí ocupará la atención la fonofanía: manifestación de lo que está oculto por medio del sonido. Las hierofanías son materia suficiente en su extensión para un trabajo aparte. Recordemos, por ejemplo, en nuestro medio cultural, el nombre de Estefanía y la fiesta de Epifanía como significados dentro de este tema. Palabras como “quirófano”…

El último grado de los desconocimientos humanos es el misterio. Sencillamente, es aquello que sabemos que existe, pero de lo que no tenemos ni podemos tener explicación alguna. Podemos, eso sí, sospechar sobre su realidad, pero no es posible entrar en ella.

Como puede verse, estos grados siguen siendo vigentes y activos hoy día. Para el hombre de los primeros tiempos aquello que ofreciera muestras que no podía conocer en profundidad era algo que tenía poder. Eran pocas las realidades que dominaba, y más las que no lograba dominar. O sea, las vio como poderes, más o menos ocultos o públicos. Pero siempre, realidades poderosas. La naturaleza estaba llena de ellos. Y sus sonidos, también.

A esta reacción ante el impacto de los sonidos (interpretarlos como señas de poder), añadió la de establecer un intento de diálogo desigual (dado que se trataba de una situación en la que el pobre en medios y posibilidades pretendía establecer con realidades que le superaban una relación) con ellos o con lo que estimó eran las fuentes productoras de lo que sonaba. Ese diálogo desproporcionado fue expresando una veces admiración, otras contenía peticiones. Percibió también poderes en la presencia de muchas realidades naturales no sonoras también. Este intento de comunicación pretendía un decir ante lo desconocido: “Estamos aquí. Tenednos en cuenta. No conocemos vuestro lenguaje. No sabemos cómo hablaros.” Y en esta actitud cultural fue descubriendo que él también podía hacer o emplear objetos que produjesen sonidos iguales o parecidos a los que la naturaleza poseía. Estamos hablando de la invención, hallazgo y fabricación de los que después fueron llamados instrumentos de sonido. Muchos de ellos fueron empleados como fórmulas para el contacto buscado con lo desconocido. Al no poderse emplear con un uso de palabras que se supieran bien entendidas por las realidades destinatarias, los sonidos del objeto, parecidos o iguales a los causados por esas presencias desconocidas, servían de vehículo y vínculo para hacer notar suficientemente la presencia humana.

Quien hasta aquí haya leído podrá concluir que todo este planteamiento humano fue sucediendo dentro de lo que llamamos religión, puesto que lo que el hombre percibía era la presencia o presencias de lo superior a él, a su realidad. En efecto, los instrumentos y los sonidos interpretados con ellos fueron en su principio el germen de música religiosa que no sólo sirvió para su empleo en lo que llamamos actos de culto, sino que ayudó al trabajo, a las relaciones con los parientes, y a abordar muchas situaciones cotidianas. Muchas creencias religiosas antiguas nos son hoy desconocidas debido a la extinción de sus portadores sin haber dejado huellas. Tal vez no llegaran a constituirse en religiones con todas sus características a lo largo de su duración, pero a veces se han encontrado interpretaciones instrumentales que apuntan en esta dirección. La religión fue en su nacimiento un modo de investigación de la realidad captada por el ser humano, supliendo el papel de investigación científica al intentar un conocimiento a fondo de lo desconocido. Los instrumentos sonoros formaron parte de esta tarea, así como la danza, expresión corporal acompañante de ese lenguaje de sonidos, que formó una unidad con ellos, añadiendo gestos como parte integrante de ese intento de comunicar pretendiendo que el mensaje llegase hasta sus desconocidos destinatarios.

De aquí que los sonidos naturales no dependientes del hombre hayan sido los impulsores e inspiradores de muchos de sus modos de gritar, de que fueran imitados en el canto con palabra cuando ya se formaron los lenguajes, y en la expresión vocal sin palabras. De ahí también que los instrumentos, en estas etapas de la humanidad, no hayan sido conjuntados, en su acción sola o en la de acompañantes de la voz, bajo el criterio que muy después se tuvo como “de orquestación”, o sea, teniendo en cuenta las características que permitieran formar entre todos sus sonidos una unidad sonora. Los criterios para reunir instrumentos en aquellas épocas se debían más a seleccionarlos según la índole del acto que se pretendía realizar, prescindiendo si su reunión tenía un resultado sonoro agradable o desagradable. El halago al oído no fue la ruta elegida para producir el efecto buscado. Hubo y hay obras antiguas que resultan agradables, pero este efecto no fue por criterio de elección estética sino porque siguiendo criterios basados en que la índole del acto a celebrar fuese de carácter funerario, festivo, laboral, petitorio, o relacionado con los cambios biológicos de la persona o estacionales agrícolas, el resultado del conjunto instrumental seleccionado para cada momento pueda darnos sensación de ser compatible con nuestros gustos occidentales.

Se termina esta exposición añadiendo dos grabaciones instrumentales de la colección de músicas de los cinco continentes propiedad del que escribe. Ellas rubrican e ilustran lo dicho. Son procedentes de la zona maya de Guatemala. Ambas pertenecen a un conjunto de obras reunidas modernamente en lo que se llama la “Suite Al Paabanc”. La primera es la “Danza de las Guacamayas”. En ella tenemos el sonido de los loros, guacamayos, monos, y otros animales en su contexto selvático. El lamento que se va escuchando rítmicamente se hila unido a un motivo melódico bifónico (de dos notas solamente), muy del canto de aves, que se repite formando una monotonía amplia, o sea, con variantes. Los ritmos convierten la obra en danzable, lo que supone el momento de un ritual que incluye movimientos corporales, y que supone un contacto con las entidades espirituales (puede tratarse de divinidades) que se pensaba estaban materializadas en cada animal. Es de tener en cuenta que el desconocimiento que el hombre tenía de los movimientos o acciones que fuera a realizar el animal, y que juntamente con su poder de anunciar lo porvenir en el aspecto meteorológico, llevó a otorgarle una categoría superior a lo que el humano podía abarcar, y eso contribuyó a su divinización, al ver manifestarse en esas conductas un poder superior no dominable.

Se trata de una ornitofanía, una manifestación de lo que está oculto por medio de las aves, que a su vez es parte de la más general, la realizada a través del animal, la zoofanía. La armonía total del conjunto y el modo de terminación suenan a combinados de sonido muy de nuestro tiempo. La independencia de los ritmos del sonido de cada instrumento/animal es la misma que se da en la realidad de la selva. Puede observarse que los sonidos naturales de cada animal son reproducidos casi o por completo ad pedem litterae, gracias a la reconstrucción de las antiguas trompetas grandes de madera, junto con las chirimías, usadas por los antiguos mayas en sus celebraciones. Se trata de músicas que en su momento hicieron de plegaria o de acción de gracias por la caza iniciada u obtenida, lo que da testimonio de que a los poderes desconocidos, pero siempre superiores, se les intentó hablar en su mismo lenguaje sonoro para tenerlos propicios. Conseguir instrumentos que pudiesen reproducir sonidos de la naturaleza fue algo muy tenido en cuenta.

La segunda grabación lleva por nombre “Son de la quema del diablo”. Esta obra es la última de las que integran la Suite ya dicha. Es danzable. Actualmente se efectúa delante de un muñeco que se acaba quemando en la puerta de la iglesia (en otros lugares se le llama el Judas) al final de una fiesta. Sin embargo, por la asociación de instrumentos y sus cometidos, parece provenir de los rituales más antiguos, anteriores a la llegada de los españoles a las tierras mayas. La razón de esta probable antigüedad es la misma por la que la obra se ofrece en este trabajo. Hay en ella un ordenamiento de los niveles naturales en alturas y timbres instrumentales muy llamativo: La marimba se encarga de establecer los sonidos de fondo, las maracas ocupan un punto intermedio, más alto que la marimba, y la flauta es la más aguda. Si vertemos estos niveles viendo lo que ocurre en la naturaleza, obtenemos una relación de correspondencia entre los
instrumentos y el paisaje: el agua que brota entre las hierbas con su borboteo (sonidos de la marimba), el viento que mueve las plantas que guardan en sus vainas los granos de semilla (las maracas), y el canto de las aves en las ramas de los árboles, agudo, por encima de los demás.

El orden de alturas natural (bajo, medio, alto) referido se expresa aquí correspondiéndole con el orden instrumental. La melodía de la flauta (tipo piccolo) se repite al modo del ave. Es una versión en música (producto humano) de lo observado y escuchado en el paisaje (producto natural no humano). Otro ejemplo de lo que resulta el intento de comunicarse con los poderes desconocidos de la naturaleza usando sus mismos sonidos, su mismo lenguaje, a la vez que queda hecho de modo que todo resulta humanizado. Con seguridad puede concluirse este apunte diciendo que este son no se hizo por el goce artístico de inspirarse en los sonidos del paisaje (agua-viento-hierba- pájaro), sino como producto del impacto del paisaje que artistas anónimos ya perdidos en el tiempo plasmaron en el hallazgo de sus instrumentos y en el de los sonidos que inventaron practicando con ellos.

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